lunes, 5 de octubre de 2020

"VERÓNICA"

 De pequeño circulaba la leyenda de que frente a un espejo, a oscuras, solo iluminado por la luz de dos velas, podías invocar a un espíritu maligno. Para ello solo necesitabas, una vez te encontraras en las condiciones mencionadas antes, decir nueve veces su nombre. Verónica. 


Dicha leyenda se hizo popular por todo el territorio nacional, ya que yo por aquellos años vivía en Barcelona, y los veranos los pasaba en La Línea de la Concepción, y en ambos lugares la leyenda era conocida. Hoy día este tipo de cosas se dan más por sentado, pero en aquellos años 90s aún no teníamos internet ni redes sociales a nuestra disposición.


La historia contaba que Verónica era una chica de 14 años de edad, decidida y valiente, que a nada o casi nada temía. Una tarde unos amigos le propusieron hacer una sesión de tabla Ouija. Los jóvenes quedaron en una casa abandonada de la cual el rumor popular decía que entidades malignas ocupaban la casa. Durante la sesión, Verónica, no para de burlarse de los espíritus negando toda existencia de ellos, hasta, que de repente una silla de las que ocupaba la sala, salió disparada bruscamente hasta golpear violentamente la cabeza de Verónica, matándola en el acto. 

Durante años estos hechos quedaron en el olvido, pero años más tarde se empezó a recordar la historia y empezaron los rituales para invocar a Verónica. Dos velas negras, luz apagada, un espejo, y repetir su nombre nueve veces. Tras esto contaban el que la figura de verónica aparecía en reflejada en el espejo, y de ahí en adelante te atormentaría de por vida. Algunas personas reportaban que tras realizar dicho ritual, objetos empezaban a moverse solos, y empezaban a oír golpes y voces por toda la casa.

Sea una historia real o una simple leyenda popular, lo cierto es que en las noches de verano de esa época, cuando los amigos nos juntábamos por la noche para contar historias de miedo, mientras el taró vestía a la ciudad de un halo misterioso, la historia de Verónica era de las más terroríficas. Tanto es así que cuando llegaba a casa y me lavaba los dientes, no me atrevía a mirar al espejo. Ese miedo, si que era real.

Santiago García

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